lunes, 13 de junio de 2011

Ambigüedad.


      (Fotografía: Sin forma, Londres 2011,
                 Sara Caballero)

Conversamos durante horas, divagamos sobre el por qué actuamos como lo hacemos, y te dije que había un planteamiento erróneo en todo aquello, que lo que realmente teníamos que hacer era fluir intentando no preocuparse de lo que vendrá ni de lo que fue, simplemente asimilando lo que sucede. Y es cuando me preguntaste "¿y en el amor también, seguro?, ¿en serio que consigues ser feliz así?" , a lo que respondí "por supuesto", pero ya sabes, después me pasé días analizando todo lo hablado. 

Haciendo memoria, supe que quizá no creyese que era la actitud adecuada para alcanzar la felicidad  sino la correcta, porque una vez que te dañan, desgraciadamente, creas un delgado muro entre el otro y tú, tomando la indiferencia como aliada para evitar el sufrimiento. Nos hallamos en esa lucha interna constante para alcanzar el bienestar mental, pero ya no sé si incluso es lo apropiado, porque hay veces que la apatía es sinónimo de vacío.  Ansiamos  querer, sentir lo que quedó adormecido e incluso censurado,  pero a la vez le tenemos un miedo irrefrenable. Y entonces, ¿qué hacemos?, ¿amamos hasta que nos desgarre o disfrutamos momentáneamente?.

Nunca seremos los que fuimos, ni amaremos como ayer, pero aún tenemos la esperanza de que haya alguien que con delicadeza deshaga esa veladura creada para averiguarnos, como aquella tarde de verano en la que sólo imaginábamos que el amor era algo maravilloso. 


Fíjate, ahora únicamente hablo de supervivencia.